LA METAFORA DE LA "CLARIDAD" EN UN POEMA DE CLAUDIO RODRÍGUEZ
Dante Liano
En el poema 1 del "Libro Primero" de Don de la ebriedad, de Claudio Rodríguez, uno de las primeras dificultades que se presentan al traductor es el sentido de "claridad", lexema que encontramos ya en el primer verso: Siempre la claridad viene del cielo. Tratar de encontrar esa significación es la finalidad de las reflexiones que siguen.
Nos encontramos con un "romance heroico", esto es, una estrofa cuyas características son el estar formada por endecasílabos, de rima asonante en pares y por su libre extensión. En efecto, la poesía estudiada se compone de diferentes tipos de endecasílabos, con rima asonante abrazada, en "o-a". En un sólo caso, en el v. 8, la rima es asonante esdrújula, "bóveda". El dispositivo retórico es abundante pero no excesivo. El resultado es una poesía aparentemente (pero sólo en apariencia) sencilla y llana, de comunicación directa.
Solamente en un caso se da el encabalgamiento, entre los versos 20-21: mi boca / espera. El resto de versos cumplen con la pausa versual. La figura de la repetición está al servicio del reforzamiento semántico de algunos conceptos. Así, el sintagma "es un don" se desliza a lo largo del poema, para recordarnos un concepto fundamental sobre el cual volveremos luego. Lo mismo sucede con la palabra "claridad", que ha dado motivo a estas reflexiones. Y se repiten, también, dos palabras clave: "espera" y "llega". Si debiéramos trabajar solamente con las repeticiones, un indicio de significación comenzaría a aparecer. En efecto: la "claridad" es un "don" y ésta "llega" al alma que se predispone para la "espera". Tal sería una lectura transversal del texto. Con ser una lectura adecuada, necesita de una comprobación, que puede hacerse solamente a través del análisis sucesivo del texto. La repetición se da también como polisíndeton en "y":
y es pronto aún, ya llega a la redonda
a la manera de los vuelos tuyos
y se cierne, y se aleja y, aún remota,
nada hay tan claro como sus impulsos!
que encontramos más adelante: "mi boca / espera, y mi alma espera, y tú me esperas".
Hay una prosopopeya en la hermosa imagen: "así la noche cierra / el gran aposento de sus sombras". Como una persona, la noche crea las sombras al cerrar el aposento en donde esconde o atesora sus sombras. Notable es la elipsis: la economía poética (o quizás, simplemente la economía del idioma) imponen la redundancia de escribir: "puertas" o "ventanas", que es lo que efectivamente cierra el sujeto "noche". En todo caso, como una figura mítica, la Noche crea la oscuridad a través de un movimiento humanizado.
Más que en las técnicas ya enumeradas, parecería, sin embargo, que los dispositivos retóricos sobre los cuales descansa la poesía analizada son dos: el enigma y la metáfora. Si hacemos una lectura detenida del poema, estos elementos resaltan inmediatamente como una clave indispensable para llegar al significado profundo de algunas proposiciones.
El poema inicia con una afirmación lapidaria: "Siempre la claridad viene del cielo". El planteamiento aforístico no da lugar a dudas. Llama la atención el uso de una frase hecha: "venir del cielo", que en lengua española es ya metáfora aceptada en la lengua de comunicación. "Viene del cielo" está por " es fruto de la providencia, del azar, del destino, de Dios". El problema exegético se da sobre todo en la interpretación, en el sistema de Claudio Rodríguez, de ese "cielo". ¿A qué se refiere Rodríguez? ¿A la Naturaleza, al Destino, al Azar, a Dios?
La claridad "es un don", afirma y luego describe en dónde se encuentra. Su descripción es bastante nítida: la claridad está por encima de la realidad material y entra en ella. Tal es su vida y tal es su trabajo. De la misma manera que amanece y anochece, así también la claridad se reparte entre los objetos materiales. Dicha claridad deja una huella en todos los seres que toca: los hace "menos creados". Esta afirmación crea un enfrentamiento: la naturaleza "creada" (¿por quién?) al recibir la claridad, adquiere conciencia de sí, se hace menos pasiva y más activa. La claridad aporta conciencia y la conciencia aleja al ser de su "ser-creado" para acercarlo al "ser sí mismo" por el aumento de su conocimiento. La inconsciencia de lo creado frente a la consciencia de lo construido.
Si la reflexión anterior podría crear una lejana sospecha de materialismo (en efecto, todo el razonamiento nos llevaría, paso a paso, a la dialéctica hombre/naturaleza) tal sospecha se disuelve con el verso sucesivo, una pregunta retórica que inquiere sobre cuál es la bóveda que contiene, en su amor, a los seres creados. Tal "bóveda" se enlaza, porque es un eco, con el "cielo" del primer verso. Y nos refiere a otra "bóveda" memorable de la literatura clásica española. Es la bóveda celeste de Fray Luis, descrita minuciosamente en Noche serena, e intensamente en A Francisco Salinas. El significado de "cielo", pues, se comienza a distinguir. No se trata, por cierto de ningún descubrimiento. El poeta da las pistas para identificar la "bóveda" que, en su amor, contiene a los seres. En la "Introducción" a la edición mencionada, cita, de pasada, a Fr. Luis de León, y con precisión, a Plotino, refiriendo su sistema de pensamiento al neoplatonismo. Dice Rodríguez:
Cuando Plotino reflexiona acerca de la "llamada Naturaleza es un alma, producto de un alma anterior que poseía una vida más potente" , nos puede llevar a lo que llamaría la presencia de las cosas y de su interpretación a través de la palabra, junto al canto.
La cita de Plotino hace recordar un pasaje de las Enneades:
La sabiduría es el primer término, la Naturaleza es el último (…). La inteligencia contiene en sí todas las cosas, el alma del universo recibe las cosas eternamente y ella es la vida y la eterna manifestación del intelecto; pero la naturaleza es el reflejo del alma en la materia. En ella, e incluso antes de ella, la realidad termina ya que ella es el término del mundo inteligible; más allá de ella no hay más que imitaciones.
De Plotino interesa sobre todo, para la explicación de esta poesía, la teoría de la emanación: todas las cosas existentes provienen de Dios ("el alma del universo recibe las cosas eternamente") y ellas son menos perfectas en la medida que se alejan de Dios (la naturaleza como último término). La anterioridad del conocimiento a la percepción y el conocimiento como "re-conocimiento" de las cosas ("la naturaleza es el reflejo del alma en la materia") son el sello platónico de tal doctrina. El proceso del conocimiento no es más que un despertar del alma, que proyecta aquello que ya conocía sobre las cosas.
Las dos preguntas retóricas van seguidas de una exclamación. La claridad va llegando, poco a poco, a la manera del vuelo de un ave, por círculos, aunque su potencia se perciba desde lejos. La claridad busca una forma, con ansia ("sedienta") redentora, pues su entrega es holocausto ("quemándose a sí misma). En seguida, en uno de los tantos enigmas que contiene este poema, el poeta apostrofa: "Si tú la luz te la has llevado toda, / ¿cómo voy a esperar nada del alba?" No obstante la anterior afirmación, el poeta espera la llegada de la claridad, aunque no se le escapa que la claridad es, en una de las metáforas más importantes de esta composición: "mortal como el abrazo de la hoces" , abrazo ineluctable e ineludible, porque el que ha sido iluminado conoce el secreto: el conocimiento es el conocimiento de la muerte, absoluto e inefable.
La lectura del poema plantea dos enigmas: ¿qué o quién es la "claridad"? ¿quién es ese "tú" que aparece a la mitad del poema? El enigma del "tú" se resuelve si se acude a la doctrina neoplatónica, aludida por Rodríguez en la citada "Introducción". "Tú" es la instancia superior (Dios, para Plotino). Es la "alta bóveda" que contiene, en su amor, a los seres creados. Y de la cual emana la "claridad" que va iluminando las formas materiales. Recordemos que, según la doctrina neoplatónica, la verdad es de naturaleza religiosa, y se manifiesta en las reflexiones del hombre, cuya interiorización devuelve el mundo a su fuente divina.
El enigma de la "claridad", en cambio, se nos plantea como la metáfora central de la composición. Resulta evidente que "claridad" está en lugar de otra cosa, a quien representa por semejanza. Es una metáfora "en ausencia", según la clasificación de Morier: B en lugar de A, la metáfora "pura". Esto duplica la dificultad de ubicar cuál es el referente de la palabra que tratamos de desentrañar. En una primera lectura, y basados en todas las consideraciones anteriores, todo nos empuja a considerar que la "claridad", si "viene del cielo" y "es un don", como repetidamente afirma Rodríguez, es entonces un conocimiento por epifanía, por revelación. La búsqueda activa del hombre hace que dicha iluminación se provoque a través de la ascesis mística. Dicho de manera breve, la "claridad" es el conocimiento.
Quisiera proponer una hipótesis de interpretación de tal metáfora que se desvía de la anterior. Dicha interpretación se basa en los versos 14-15:
Oh claridad sedienta de una forma,
de una materia para deslumbrarla.
En un artículo sobre los cambios recientes en las relaciones sujeto/objeto, Albrecht Wellmer señala la importancia que han tenido las tesis de Wittgenstein para replantear la cuestión del sujeto como fuente de las significaciones lingüísticas. Como bien se sabe, uno de los puntos centrales de las reflexiones de Wittgenstein están ocupadas por los llamados "juegos del lenguaje". Todo el Cuaderno marrón está dedicado a la ejemplificación y explicación de dicho concepto. Según Wittgenstein, los juegos de lenguaje son sistemas de comunicación por los cuales se establece, entre dos o más individuos, que determinados objetos tienen un nombre "x", establecido convencionalmente entre ambos, y no otro nombre; y que otras funciones lingüísticas, como la exclamación, o los nexos adversativos o coordinativos, significan "x" y no "y". Los juegos de lenguaje, afirma el filósofo alemán, no son partes del lenguaje, sino que son "lenguajes completos en sí mismos, como sistemas completos de comunicación humana". Como una ilustración de ello, recuerda que "estos lenguajes tan simples son el sistema entero de comunicación de una tribu en un estado de sociedad primitivo". Los juegos de lenguaje están sometidos a reglas: los acuerdos entre los hablantes para poder entenderse (jugar el juego del lenguaje). De todo ello se desprende que la significación lingüística, en el intercambio comunicativo, es algo que se establece y se descubre a medida que se utiliza. Dicho de otro modo, las significaciones no están definitivamente pegadas a las palabras, como en la pareja saussuriana significado/significante, sino que se establecen en actos vitales de vez en vez, según la situación en que se manejan. Los significantes van adquiriendo su significado gracias a las reglas establecidas en el acto mismo de hablar.
Wellmer señala que la consecuencia de tal ruptura entre significado y significante implica "el descubrimiento de un mundo lingüísticamente ‘alumbrado’ que nos está mutuamente dado dentro de la razón y del sujeto". Esto es, que toda la intrincada relación entre el sujeto y los objetos del mundo (relaciones materiales o espirituales), existe realmente, pero sólo en el momento en que ésta se "ilumina" lingüísticamente. Puede estar allí, pero su existencia se certifica sólo en el momento epifánico del "alumbramiento" lingüístico.
Las anteriores reflexiones, quizá excesivamente breves para la importancia del tema, nos llevan de la mano hacia la "claridad" de Claudio Rodríguez. Si tomamos en cuenta las tesis de Wittgenstein sobre los juegos lingüísticos, probablemente ellas nos pueden ayudar a desentrañar la metáfora que rige todo el poema comentado. Según la hipótesis de interpretación propuesta, la "claridad" de la cual habla Rodríguez no es un fenómeno cognoscitivo, relacionado con la significación, sino un fenómeno lingüístico. Es una "claridad lingüística".
La diferencia con Wittgenstein está en que, mientras Rodríguez atribuye una fuente a esa iluminación, el filósofo alemán en cambio la deja en manos de los actuantes del juego lingüístico. La coincidencia, en cambio, estriba en la aceptación de la materialidad del mundo (o Naturaleza), que está ahí, como "forma" o "materia", en espera de una "iluminación", según la interpretación de Wellmer o de una "claridad" (Rodríguez), que, al alumbrarla a través de la palabra, le restituya sentido y significación.
Esta hipótesis interpretativa señalaría un ligero desvío respecto de los principales exégetas de la obra de Claudio Rodríguez, sin contradecirlos o desmentirlos. El concepto de "poesía como participación", según esta nueva lectura, no propone ya un concepto religioso (en el sentido etimológico de re-ligare), sino un concepto lingüístico: el establecimiento de nuevas reglas del juego de este lenguaje, percibido (el juego) como un don: el don de la claridad. Claridad que se puede definir así: "Los hombres participan de la realidad en la medida que se ponen de acuerdo sobre los nombres y las reglas del juego con el cual la iluminan."
Los dos grandes enigmas que presiden el poema se resuelven ahora con una cierta coherencia. El "tú" al cual el poeta se dirige es el "otro", el necesario interlocutor con el cual se fijan juego y reglas. La claridad es el juego lingüístico mismo que, finalmente, cubre con su luz los objetos del mundo.