El Romancero Viejo[1]
Análisis de las figuras
femeninas
Durante los siglos XIV y XV, a la gente le
interesa cada vez menos la representación íntegra de los poemas épicos y pide a
los juglares que reciten
sólo algunos pasajes. Estos fragmentos de los cantares de gesta cobran
independencia y vida propia por su emoción, dramatismo y su peculiar valor
poético. Los juglares, al buscar
nuevos temas de inspiración, ya no piensan en el poema largo, sino que componen
algunas de esas formas breves que se designarán luego con el nombre de romances. Métricamente
son octosílabos (dos hemistiquios), con rima asonante entre los pares y libres
los impares.[2]
Romances viejos
A los romances compuestos en los siglos XIV y
XV, que conocemos a través de las primeras colecciones impresas durante el
siglo XVI, se los conoce con el nombre de “viejos”, para distinguirlos de los
que, a imitación de ellos, se escribieron a partir del siglo XVI, conocidos
bajo la denominación de “nuevos”.[3]
Características
Clasificacíon [4]: El romancero viejo suele agruparse así:
Típos : romances-diálogo; romances-cuento( más largos)
Funciones: informar y deleitar [5]
Lengua
La lengua usada en el Romancero
guarda un equilibrio entre lo vulgar y lo culto que permite su comprensión
y su manejo; es un lenguaje al alcance de todos y al mismo tiempo con un poder
poético fácilmente comprensible, basado en una serie de recursos comunes a toda
poesía tradicional.
Temas
Los temas más frecuentes
son:
·
las pasiones
terrenales
·
el amor
·
el erotismo
·
la tragedia
conyugal
·
la violación de
una mujer
·
las mujeres
heroínas que rechazan al hombre
·
mujeres que
influyen sobre las acciones del hombre: marido, padre y amado
Se encuentran: adulterios, amenazas, asesinatos por amor, atracción sexual,
mujeres que sufren la violencia masculina, mujeres embarazadas, el amor por los
hijos, asuntos trágicos y
muertes muy sangrientas.
Las mujeres no aparecen
en todos los romances. En particular,
en los Romances Fronterizos, sólo hay
un ejemplo: “La bendición de la madre” (Rom.
3, p. 87). Lo mismo ocurre en
los romances históricos y épicos,
donde se encuentra una mujer pasiva, la reina u otra dama, que habla poco y no
reacciona (excepciones: Rom. n. 23 y
24 , “Romance de Doña Isabel de Liar”). Otras veces la mujer sólo es la
personificación de una ciudad, como Granada o Sevilla, o de la Fortuna (Rom. n.19, p. 113). Si hablan (como en
la p. 32), hablan de guerra o lloran
por la muerte del rey, su marido. En el Rom.
n. 24, en cambio, la reina se venga y mata a la amante del Rey (p. 120).
Las figuras femeninas
aparecen también en los romances épicos
n. 50, 51 (quejas de doña Lambra), 55 (mujer que pide justicia al rey su padre)
y 58. En los romances caballerescos,
por ejemplo el n. 78, se nota la violencia sobre la mujer (infanta) y la
matanza del hombre traidor. El n. 94 es el famoso “Romance de Doña Alda”.
Los romances novelescos son los que más tratan el tema del amor, entonces
aparece muchas veces la mujer: una mujer muy lista (ej. Rom. 117), muy activa,
que lucha por su honra (o mejor por la honra de su hombre), se suicida si es
violada o también se venga y mata al hombre traidor. A veces hay romances en los que sólo habla ella, pero generalmente hay un diálogo
entre dos mujeres, o una mujer y un hombre. Aparece como amante, mujer, amiga y
madre. Siempre es una mujer que pertenece a la nobleza. (Rom. 95. p. 261; n. 96 p. 263). Los
Rom. n. 100 y n. 114 contienen una
conversación entre madre e hija, los n. 101 y 102 el diálogo entre padre e hija.
Nombres femeninos que se repiten: Blancaflor, Alda, Isabel