La importancia
del marco narrativo en la interpretación de los exemplos de
El Conde Lucanor[1]
Chiara Alberio y Silvia Butti
El Conde
Lucanor
pertenece a la llamada literatura ejemplar, un género que, como afirma S.
Battaglia[2], tiene sus raíces en la antigüedad
grecolatina y presenta su definitiva consagración en la literatura religiosa,
moral y didáctica de la edad media. Sin embargo, no se conoce la exacta
definición de la palabra “exemplo”,
lo cual ha determinado una visión parcial y algo confusa del término desde que
éste apareció en el género de la literatura ejemplar. Ya en las obras del mismo
don Juan Manuel, la palabra está caracterizada por un evidente rasgo de
polisemia. El término enxiemplo (que
tiene grafías diferentes) tiene sentidos distintos incluso dentro de la misma
obra, como sugiere A. Ruffinatto[3]. De hecho, en el Libro del cavallero et del escudero, “exemplo” indica un refrán[4], mientras que en el Libro de los estados el término tiene
por lo menos tres sentidos diferentes: “refrán[5], ilustración o explicación[6] y lección[7]”. En el Libro enfenido, en fin, enxiemplo significa “sentencia[8]”.
También en El Conde Lucanor, el significado del
término es bastante variable, aunque dentro de la misma área semántica. En las
sentencias finales de cada capítulo de la primera parte, el término enxiemplo se aplica al conjunto de marco
e historia, mientras que en otros momentos de la obra éste se utiliza para
indicar cada una de las partes: las sentencias del marco y los cuentos
enmarcados. A este respecto, entonces, podemos afirmar que el término está
relacionado de forma genérica con la idea de ejemplaridad, independientemente
de sus manifestaciones concretas. Sin embargo, como observa Orduna[9],
en El Conde Lucanor don Juan Manuel
está interesado sobre todo en las acepciones más específicas del término, ya
que llama enxiemplos cada uno de los
capítulos de la primera parte y las historias incluidas.
Según Welter[10], el
ejemplo consta de tres elementos fundamentales: un cuento o descripción (nivel
narrativo), una lección moral o religiosa (nivel interpretativo), una
aplicación de esa lección al hombre (nivel pragmático). Estos niveles
diferencian la literatura ejemplar de otros géneros parecidos: por ejemplo las
colecciones de cuentos de tipo oriental como la Disciplina Clericalis, el Calila
y Dimna, el Sendebar. De hecho,
como afirma A. Ruffinatto[11],
las versiones españolas de las colecciones orientales y la literatura ejemplar
tienen en común sobre todo una actitud claramente didáctica. En efecto, hay que
reconocer la deuda que une la literatura vernácula a las obras de importación a
nivel narrativo. En cambio, Ruffinatto[12]
subraya como elemento imprescindible de análisis el distinto grado de
interrelación de los niveles ya citados (narrativo, interpretativo y pragmático).
Éste resulta parcial en las obras de importación y total en la literatura
ejemplar peninsular, sobre todo en El
Conde Lucanor.
Con respecto a lo dicho anteriormente, puede ser
interesante llevar a cabo una comparación entre dos secciones aparentemente
semejantes de la obra de don Juan Manuel y del Libro de los engaños e los asayamientos de las mujeres[13],
obra que fue traducida en 1253 de una versión árabe luego perdida. Ésta
representa probablemente una de las pruebas más auténticas y antiguas del Sendebar indio, que también se perdió.
El esquema narrativo del Libro de los
engaños consta de un marco que encierra 23 cuentos, llamados enxenplos, narrados por siete sabios y
una madrastra. Los primeros quieren prevenir al rey Alcos de la perfidia de las
mujeres, mientras que la segunda quiere demostrar que también los hombres
pueden actuar de manera malvada. El libro termina con el triunfo del hombre
sobre la mujer: al final se descubre que la madrastra es una calumniadora y por
esta razón el rey ordena que sea condenada a muerte. Hay cierta correspondencia
entre el “enxemplo de un rrey e de una su
muger”[14]
contado por el primer sabio del Libro de
los engaños y el tema de la historia que Patronio narra en el Exemplo L de El Conde Lucanor: “De lo que contesçió a Saladín con una dueña,
muger de un su vasallo”[15]. En
primer lugar desde el punto de vista del contenido, es importante observar que
en ambos cuentos destaca claramente la astucia de las mujeres en la defensa de
su propia honra.
En la obra de Juan Manuel, la narración empieza con una
pregunta del conde Lucanor a su consejero Patronio: “E por ende, vos ruego que me digades quál es la mejor cosa que omne
puede aver en sí”[16]. En
primer lugar, se puede notar que en este caso el conde no le pide a Patronio,
como en la mayoría de los exemplos,
un consejo de comportamiento para una situación específica, sino que se trata
de una pregunta de carácter general. En el Libro
de los engaños, el primer sabio empieza su narración porque quiere disuadir
al rey Alcos de la decisión de condenar a muerte a su hijo, injustamente
calumniado por su madrastra. En ambas historias, un señor poderoso (Saladín en El Conde Lucanor, un rey en la otra
obra) se enamora de la esposa del hombre en cuya casa está alojado. Los dos
señores encuentran un pretexto para que el marido se aleje de su casa y
declaran su amor a las mujeres, tratando de conquistarlas. Las tramas de las
dos historias se diferencian en este paso, convergiendo más adelante en el
arrepentimiento del señor. Este acontecimiento constituye el final del Exemplo L de El Conde Lucanor, mientras que es el punto intermedio de la trama
del Libro de los engaños. De hecho,
aquí el rey deja una huella de su presencia en la habitación de la mujer porque
olvida sus zapatos. El marido los encuentra por casualidad y deja a su esposa
porque la considera infiel. Sin embargo, al final se descubre su inocencia y la
mujer es perdonada.
La historia del Libro
de los engaños resulta más breve que el Exemplo
L y sin embargo su trama es mucho más compleja y, de cierta forma,
completa. El cuento de Patronio se puede considerar, como afirma Ruffinatto[17],
una reducción de la otra historia, al menos por lo que atañe al contenido. En El Conde Lucanor, un consejero malo le
sugiere a Saladín que con un pretexto envíe al marido de la mujer muy lejos de
su casa, para que él pueda amar a la mujer libremente. Luego, el narrador
olvida por completo al marido, que de hecho no vuelve a aparecer en el cuento.
En cambio, en el Libro de los engaños,
el regreso a casa del hombre tiene un papel fundamental en el sucesivo
desarrollo de la historia, que se concluye con un final claramente positivo.
Sin embargo, si vamos un poco más allá en el análisis,
podemos descubrir la razón de semejante reducción a nivel narrativo. A pesar de
la mayor amplitud, en el ejemplo del sabio falta por completo un nivel
interpretativo explícito: las palabras con las que termina el texto, “E él creyóla, por las señales quel dixiera
el rrey, e después se fiava en ella más que non d’ante.”[18], se
refieren claramente a la historia de la mujer honesta y no al contexto donde se
sitúan el narrador de la historia y el rey, su destinatario. Entonces, podemos
afirmar que no se establece ninguna relación explícita entre los dos niveles:
cada uno permanece separado del otro y no hay ningún elemento que pueda
atribuir a la historia narrada por el sabio un sentido unívoco. De hecho, al
final del cuento, el sabio no da ninguna interpretación del cuento, sino que
empieza inmediatamente a contar otra historia, que no tiene ninguna relación
con la anterior. En realidad, al comienzo de la narración, el sabio afirma,
dirigiéndose al rey Alcos: “- Señor, non
deve fazer ninguna cosa el omne fasta que sea çierto della; e si lo ante
fizieres, errallo as mal. E dizirte he un enxenplo de un rrey e de una su muger
-”[19]. De
hecho, estas palabras crean cierta expectativa en el destinatario: la narración
tendrá que ejemplificar y aclarar el sentido de esta indicación de tipo
pragmático. Sin embargo, al final de la historia nos damos cuenta de que esto
no ocurre, porque el sabio no se preocupa de aclarar de qué manera su cuento
puede ilustrar el principio moral enunciado. Esta falta de referencias
internas, que de alguna manera podrían expresar una relación clara entre los
dos niveles narrativos (la historia de la mujer honesta y la del rey Alcos),
impide llegar a una conclusión unívoca y coherente.
Algo bastante distinto ocurre en el Exemplo L de El Conde Lucanor.
Aquí, entre los dos niveles narrativos (el marco donde el conde Lucanor le pide
consejo a Patronio y la historia de Saladín) se establece una primera relación
explícita a nivel lingüístico gracias a una clara referencia interna. La
pregunta del conde a su consejero se repite de forma muy parecida en el interior
del cuento, cuando Saladín le acaba de declarar su amor a la mujer querida: “La buena dueña le vesó la mano et el pie et
díxole que lo que d’él quería era quel’ dixiesse quál era la mejor cosa que
omne podía aver en sí, et que era madre et cabeça de todas las vondades.”[20]
Además de esta relación a nivel lingüístico, en el texto el marco narrativo y
la historia interna se reflejan de manera recíproca también a nivel de la
estructura. La pregunta de carácter general del conde Lucanor determina el
comienzo de la parte narrativa, que resulta integrada en la parte propiamente
didáctica. Como hemos dicho, volvemos a encontrar casi la misma pregunta en el
cuento de Saladín, donde ésta constituye un elemento estructural fundamental
para el desarrollo de la historia. Luego, aun a nivel narrativo, se encuentra
la solución a la cuestión que la mujer vuelve a expresar en forma de pregunta:
“Señor, agora conosco que dezides verdat,
e que me avedes complido quanto me prometiestes. E pídovos por merçed que
digades, assí commo rey deve dezir verdat, si cuidades que ha en el mundo mejor
omne que vos.”[21]
Éste representa probablemente el climax de la narración: la mujer logra
resolver de manera muy hábil su situación, dando muestra de su ingenio.
Entonces, en este caso existe entre la parte narrativa y la parte didáctica una
interrelación mucho más fuerte que en el fragmento correspondiente del Libro de los engaños, que el narrador se
preocupa de explicitar aún más en los versos que concluyen el exemplo. Aquí, de hecho, surge el nivel
interpretativo propiamente dicho: en la sentencia se subraya el elemento
fundamental para la comprensión del principio moral expuesto al comienzo: “La vergüença todos los males parte; por
vergüença faze omne bien sin arte.”[22]
Este elemento, la vergüença, es lo
que determina de manera decisiva la resolución de la situación y no aparece en
la historia del sabio del Libro de los
engaños. Ésta es una de las razones principales de la ambigüedad de su
interpretación.
Todo esto demuestra la importancia fundamental del marco
narrativo en El Conde Lucanor, ya que
confiere el rasgo de ejemplaridad a las historias contadas por Patronio. Es lo
que ocurre en el caso del Exemplo XLVIII,
que vamos a analizar.
Exemplo XLVIII.
El tema de este exemplo es la amistad o, mejor dicho, la prueba de la amistad. Para
entender mejor este asunto, es útil hacer un breve resumen del cuento. Si
queremos sintetizar la parte narrativa, el exemplo
se reduce a unos pocos acontecimientos: un padre le aconseja a su hijo que
verifique si sus amigos son realmente tales. El hombre tiene que matar un
puerco, esconderlo en un saco y pedir la ayuda de sus amigos, fingiendo que se
trata del cuerpo de un hombre que él ha matado. Como los amigos no quieren
ayudarlo, el padre le dice a su hijo que le pida ayuda a un hombre que él
considera “medio amigo”. Éste esconde el saco en su huerto y no traiciona a su
medio amigo. Sin embargo, el cuento se complica aún más: el hijo es acusado de
haber matado a un hombre y le pide ayuda a un “amigo cumplido” del padre. Éste
denuncia a su propio hijo para salvar al hijo de su amigo. Entonces, el hijo
del amigo es matado en lugar del otro.
Este cuento a veces ha constituido un problema
con respecto al mismo concepto de exemplo.
Como ya hemos dicho, las características principales de este género son el
contenido moral y la división en tres partes: el cuento, la lección moral y la
posibilidad de aplicar ésta última a la vida concreta de los hombres.[23] Efectivamente, si nos
fijamos sólo en la parte narrativa de este exemplo,
nos damos cuenta de que el contenido no es propiamente moral, dado que al final
un hombre inocente muere injustamente. Este aspecto es aún más evidente si
comparamos este cuento con sus fuentes principales.
Las obras de las que don Juan Manuel tomó el tema
son muchas, pero nos fijaremos sobre todo en dos: la Disciplina Clericalis[24], en la que encontramos dos
cuentos (uno titulado “De medio amico”
y el otro “De integro amico”) y los Castigos y Documentos del rey don Sancho[25]. Con respecto a la Disciplina Clericalis, en El Conde
Lucanor hay muchos elementos narrativos que complican la historia y le
quitan su carácter moral inmediato. Se observa que el encubrimiento del
falso muerto en el huerto introduce la prueba de la confirmación, que no se
encontraba en la Disciplina (la
bofetada que el hijo le da al medio amigo para verificar si su amistad es
verdadera o no).[26] Como hay diferencias tan
importantes, se puede imaginar que Juan Manuel no se basó tanto en esta obra
(que de todas maneras conocía), sino en la otra que hemos mencionado: los Castigos y Documentos del rey don Sancho.
Aquí, como en El Conde Lucanor,
tenemos un solo cuento que comprende la parte dedicada al medio amigo y la que
profundiza la figura del amigo cumplido. La diferencia es que, mientras en los Castigos la segunda prueba (la bofetada)
sirve para que el medio amigo se convierta en amigo cumplido, en El Conde
Lucanor esto no ocurre: medio amigo y amigo cumplido son dos personajes
completamente distintos. Y efectivamente, al principio del exemplo XLVIII, el padre le dice al hijo que “él [...] nunca en toda su
vida pudiera aver más de un amigo y medio”,[27] introduciendo dos
personajes en lugar de uno. Esta diferencia es muy importante, porque de esta
manera en los Castigos no sólo se
justifica la omisión de un segundo cuento,[28] sino que también se subraya
el carácter moral y ejemplar de la obra, mientras que en El Conde Lucanor esto no ocurre. Gracias a esta comparación, se
puede ver muy bien que el texto de don Juan Manuel está lleno de exageraciones
y que sobre todo el final es absurdo, cruel e inmoral, justificando las
opiniones de unos críticos que han definido este exemplo un “exemplo no
ejemplar”.[29]
En el exemplo
XLVIII el marco tiene elementos comunes a otros exemplos: el conde propone una situación peculiar y le pide a
Patronio que le sugiera una regla para juzgar a los amigos;[30] Patronio contesta con una
alabanza de la verdadera amistad[31] y con una narración
aparentemente verosímil[32]. Sin embargo, más adelante
nos damos cuenta de que ya no estamos en el campo de lo verosímil, sino en el
de lo absurdo. Pero todo se arregla otra vez en el marco, que se hace muy
particular, porque Patronio no sólo aclara que la historia que ha contado puede
ser útil para el Conde Lucanor, sino que nos da también una interpretación que
podemos definir alegórica[33]. Para interpretar
correctamente este exemplo, tenemos
que movernos del nivel narrativo al nivel interpretativo.[34] El exemplo moral se basa en la religión católica, porque cada una de
las figuras que encontramos en el cuento es “símbolo” de otra: el hijo
representa a todo hombre; el padre es Dios; el medio amigo son los Santos; el
hijo del amigo cumplido es Jesús. Por esto, no se trata de un caso peculiar que
ejemplifica una regla general, sino de un caso que podríamos definir “externo”
a la regla.[35]
En el exemplo
XLVIII, como también en el L, el marco interpretativo tiene mucha importancia
por el contenido, su estilo, su estructura y también su nivel semántico.[36] Por lo que se refiere a la
estructura, vemos que a diferencia de la Disciplina
Clericalis, tenemos un solo cuento, que está dividido idealmente en dos
partes: la primera, más narrativa, es la que habla del “medio amigo” y que
termina con las palabras que el medio amigo le dice al joven (“-A buena fe, fijo, mal feziste; mas dígote
que por éste nin por otro mayor tuerto,
non descubriré las coles del huerto.”).[37] La segunda en cambio (desde
“E desque el mançebo esto contó a su
padre mandol que fuesse aprovar aquel que era su amigo cumplido.”[38] hasta el final del cuento),
describe cómo tiene que comportarse un amigo verdadero y es la parte que don
Juan Manuel ha añadido con respecto a las fuentes. La estructura nos sugiere ya
una interpretación, orientando nuestra atención hacia la segunda parte del exemplo, la más alegórica. Precisamente
en esta segunda parte, el estilo es bastante peculiar, con frases coordinadas y
un orden paratáctico: “¿Qué vos iré
alongando? El mançebo fue jubgado que lo matassen. E el amigo de su padre avía
fecho cuanto pudiera por lo escapar. [...] E fizo al fijo que lo cognoçiesse; e
el fijo otorgólo: e matáronlo. E escapó de la muerte el fijo del omne bueno que
era amigo de su padre.”[39]
También la caracterización de los personajes es
peculiar; no hay reacciones humanas, sino automatismos a los que los hombres
obedecen. El hijo del hombre bueno le da una bofetada al medio amigo sin
preguntarse el porqué; así el hijo del amigo cumplido se deja matar en lugar
del otro. A nivel semántico, la falta de personajes con características humanas
lleva a una interpretación general del cuento, que pueda servir al Conde
Lucanor como a todo hombre y que abre camino para la interpretación alegórica.
En conclusión, para llegar a la interpretación
moral y ejemplar del texto no podemos fijarnos sólo en la parte narrativa (que
podría parecer incluso inmoral y cruel). Al contrario, tenemos que poner
atención también en el marco, que nos da la orientación moral y didáctica de la
obra.
[1] Juan Manuel, El Conde Lucanor, Madrid, Cátedra, 1986.
[2]
S. Battaglia, La coscienza letteraria del
Medioevo, Napoli, 1965, pp.447-485.
[3]
A. Ruffinatto, Il mondo possibile di
Lucanor e di Patronio, en Don Juan Manuel, Le novelle del “Conde Lucanor”, ed. de A. Ruffinatto, Milano,
Bompiani, 1985, pp. 195-196.
[4] Don Juan Manuel, Obras Completas, I, Libro del cavallero et del escudero, Libro de las
armas, Libro enfenido, Libro de los estados, Tractado de la asunción de la
Virgen María, Libro de la caza, Madrid, 1982, ed. de J. M. Blecua, p.68.
[5] Ibídem, p. 361.
[6] Ibídem,
p. 254.
[7] Ibídem,
p. 476.
[8] Ibídem,
p. 182.
[9] Orduna, El “ejemplo” en la obra literaria de don Juan Manuel, en
I.Macpherson, Juan Manuel studies, London,
1977, pp. 119-142.
[10] J.-Th. Welter, L’exemplum dans la littérature religieuse et didactique du Moyen Age,
Paris-Toulouse, 1927, pp. 2-4.
[11]
A. Ruffinatto, op. cit., p. 197.
[12] Ibídem, p. 197.
[13] Libro
de los Engaños y de los asayamientos de las mugeres,
edición crítica de E. Vuolo, Napoli, 1980.
[14] Ibídem, p. 14.
[15] J. Manuel, op. cit., p. 290.
[16]
Ibídem, p. 291.
[17]
A. Ruffinatto, op. cit., p. 198.
[18] Libro
de los Engaños y de los asayamientos de las mugeres,
op.cit., pp. 14-17.
[19] Ibídem, pp. 14-17.
[20] J. Manuel, op. cit., p. 294.
[21] Ibídem, p. 299.
[22] Ibídem, p. 301.
[23] J.-Th. Welter, ob. cit., pp.2-4.
[24] Disciplina
Clericalis, en M. J. Lacarra, Nueva Biblioteca de Autores Aragoneses, Zaragoza, Guara, 1980.
[25] Castigos
y Documentos del rey don Sancho, en P. de Gayangos, Escritores en prosa anteriores al siglo XV,
Madrid, 1952.
[26]
A. Ruffinatto, op. cit., pp. 208-209.
[27] Juan Manuel, op. cit., p. 282.
[28]
A. Ruffinatto, op. cit., p. 210.
[29] Es la crítica que expresan Valbuena Prat, Historia de la Literatura Española, Tomo I,
Edad Media, edición ampliada por Antonio Prieto, Barcelona, 1981, p. 249; y
S. Battaglia Dall’esempio alla novella,
en La coscienza letteraria del Medioevo,
op. cit., pp. 502-503.
[30] “...ruégovos
que me digades en qué manera podré saber si estos mis amigos farían por mí
tanto commo dizen” (op.cit., p. 281)
[31] “...los
bueno amigos son la mejor cosa del mundo...” (ibídem, p. 281)
[32] “...para
que vos podades saber quál es el amigo verdadero, plazerme ía que sopiéssedes
lo que conteçió a un omne bueno con su fijo que dizía que avía muchos amigos.” (ibídem , p. 282)
[33]
A. Ruffinatto, op.cit., p. 217.
[34] Ibídem , p. 217.
[35] Ibídem , p. 218.
[36] Ibídem pág. 217
[37] J. Manuel, op.cit., p. 284.
[38]
Ibídem, p. 284.
[39]
Ibídem , p. 284.