La magia en La Celestina

 

Michela Catenacci y Manuela Manzelli

 

 

La Celestina es, sin duda, la obra española que mayores controversias ha levantado en su interpretación, junto con el Libro de buen amor. El personaje de Celestina se nos presenta como un ser completo. Por una parte, es un individuo marginado y condendo al delito y a la mentira, cuando no a la brujería; por otra, vemos cómo cumple y ha cumplido una función social importantísima, actuando de mediadora para cuantos vicios la sociedad respetable realizaba, confiando en sus artes. Por muy negativos que se nos presenten estos rasgos, a lo largo de la vida de Celestina aparecen como simple necesidad de supervivencia. La astucia y el cinismo cumplen la función de defender su vida. A ella no la amparan ni el nacimiento, ni el oficio, ni la función social. Su vida es un constante sobresalto. Su astucia es su única tabla de salvación y el cinismo es la consecuencia del trato constante con una humanidad falsa y engañosa.

La visión de Rojas es psicológica. De hecho, si Celestina es el personaje central de la obra, esto no se debe solamente a su función, sino también a las experiencias y los conocimientos atesorados, que se manifiestan en la habilidad y la densidad psicológica de muchos de sus parlamentos. Celestina es el personaje que más habla, porque es el personaje que simboliza el conocimiento y la distancia crítica; sus conocimientos nacen de una larga experiencia, que le da el dominio total sobre las personas y las situaciones.[1]

Hace poco, unos críticos intentaron leer La Celestina como un texto que prevenía contra los peligros de la magia, pero esta tesis es poco creíble. En efecto Celestina no es ni malvada ni bruja, sino una mujer experta, para la cual la magia es sólo una técnica operativa, un ejercicio profesional para obtener unos resultados. No es una magia religiosa, sino científica, por eso la Inquisición no intervino en contra de la obra. El mismo diablo, invocado por Celestina, es un simple instrumento, una fuerza en sus manos.

 

CELESTINA – Yo, Celestina, tu más conocida cliéntula, te conjuro[…]vengas sin tardanza a obedecer mi voluntad y en ello te envuelvas y con ello estés sin un momento te partir, hasta que Melibea con aparejada oportunidad que haya lo compre y con ello de tal manera quede enredada, que cuanto más lo mirare, tanto más su corazón se ablande a conceder mi petición, y se le abras y lastimes del crudo y fuerte amor de Calisto; tanto que, despedida toda honestidad, se descubra a mí y me galardone mis pasos y mensaje; y esto hecho, pide y demanda de mí a tu voluntad. Si no lo haces con presto movimento, ternásme por capital enemiga; heriré con luz tus cárceles tristes y escuras; acusaré crudelmente tus continuas mentiras; apremiaré con mis ásperas palabras tu horrible nombre. Y otra vez te conjuro; y así confiando en mi mucho poder, me parto para allá con mi hilado, donde creo te lleve ya envuelto.[2]

 

Además, la misma Celestina pone en duda la eficacia de su magia, dando una explicación psicológica de la transformación de Melibea, que ocurre gracias a las artes dialécticas de la vieja.[3] José Antonio Maravall observa que mucha gente en los siglos XV y XVI creía en la magia práctica, no como arte satánica, sino como oficio profesional y saber práctico.[4] Maravall nos recuerda que la magia no es un culto como la brujería, sino una manipulación de fuerzas. Los rasgos mágicos de Celestina pertenecen a un contexto cultural urbano, mientras que la brujería y sus prácticas presuponen un contexto rural.[5] Caro Baroja subraya que Fernando de Rojas quiso representar con sus personajes unos tipos reales, que se podían hallar en diferentes ciudades españolas de los siglos XV y XVI.[6]

La magia es un elemento de un complejo mundo social y cultural, que Rojas describe con atención. Maravall atribuye mucha importancia, en la interpretación de La Celestina, al tema de la crisis causada por la caída de la jerarquía entre lo divino y lo humano, entre las clases sociales y los individuos. El mundo aparece a la merced del destino, así que el hombre intenta controlar el orden de las cosas y las fuerzas invisibles a través de la magia. De todas maneras, no podemos consierar la magia como tema central de la obra, porque algunos personajes no creen en ella, como por ejemplo Pármeno. Además, el autor, a diferencia de obras más antiguas como el Poema del mio Cid, no explica cuál es la parte buena y la mala de la realidad, representando un mundo ambiguo y conflictivo, más realista.[7]

Hay que considerar que Celestina es principalmente una alcahueta que usa los hechizos como instrumentos de trabajo. De todas maneras, el personaje de la alcahueta era bastante común en la literatura de aquella época. Por ejemplo, en el Libro de buen amor de Juan Ruiz, el protagonista recurre a los hábiles servicios y encantamientos de Urraca, la Trotaconventos, para conquistar a las mujeres.

 

 

Començó a encantalla, díxole:”Señora fija,

catad aquí que vos trajo esta preçiosa sortija;

da[t]m[e] vós esta [çinta]”, poco a poco la aguija,

“si me non mesturardes, dirévos una pastina”.[…]

 

Encantóla de guisa que la envelenó,

Diole aquestas cantigas, la çinta le çinió,

En dándole la sortija del ojo le guinó :

Somovióla yaquanto e bien lo adeliñó.[8]

 



[1] La Celestina en: http://www.lafacu.com/apuntes/literatura/default.htm

[2] F. de Rojas, La Celestina, Buenos Aires, KAPELUSZ, 1994 , pp. 103-104.

[3] "Il tema della magia nella Celestina" en http://www.ilbolerodiravel.org/

[4] José Antonio Maravall , El mundo social de la Celestina , Madrid, GREDOS, 1986, p. 149.

[5] J. A. Maravall, "La magia en Castilla durante los siglos XVI y XVII" en Algunos mitos españoles, Madrid, 1941.

[6] Caro Baroja, Las brujas y su mundo, Madrid, ALIANZA, 1992, p. 135.

[7] J. A. Marvall, op.cit., p. 149

[8] Juan Ruiz, Libro de buen amor, Madrid, Cátedra, 2001, p. 223, vv. 916-921.