El Romancero Viejo[1]

Análisis de las figuras femeninas

 

Paola D’Avella, Antonella Scarnecchia y Cinzia Xodo

 

Durante los siglos XIV y XV, a la gente le interesa cada vez menos la representación íntegra de los poemas épicos y pide a los juglares que reciten sólo algunos pasajes. Estos fragmentos de los cantares de gesta cobran independencia y vida propia por su emoción, dramatismo y su peculiar valor poético. Los juglares, al buscar nuevos temas de inspiración, ya no piensan en el poema largo, sino que componen algunas de esas formas breves que se designarán luego con el nombre de romances. Métricamente son octosílabos (dos hemistiquios), con rima asonante entre los pares y libres los impares.[2]

 

Romances viejos

 

A los romances compuestos en los siglos XIV y XV, que conocemos a través de las primeras colecciones impresas durante el siglo XVI, se los conoce con el nombre de “viejos”, para distinguirlos de los que, a imitación de ellos, se escribieron a partir del siglo XVI, conocidos bajo la denominación de “nuevos”.[3]

 

Características

 

 

Clasificacíon [4]: El romancero viejo suele agruparse así:

 

Típos : romances-diálogo; romances-cuento( más largos)

 

Funciones: informar y deleitar [5]

 

Lengua

La lengua usada en el Romancero guarda un equilibrio entre lo vulgar y lo culto que permite su comprensión y su manejo; es un lenguaje al alcance de todos y al mismo tiempo con un poder poético fácilmente comprensible, basado en una serie de recursos comunes a toda poesía tradicional.

 

Temas

Los temas más frecuentes son:

·        las pasiones terrenales

·        el amor

·        el erotismo

·        la tragedia conyugal

·        la violación de una mujer

·        las mujeres heroínas que rechazan al hombre

·        mujeres que influyen sobre las acciones del hombre: marido, padre y amado

 

Se encuentran: adulterios, amenazas, asesinatos por amor, atracción sexual, mujeres que sufren la violencia masculina, mujeres embarazadas, el amor por los hijos, asuntos trágicos y muertes muy sangrientas.

 

Las mujeres

Las mujeres no aparecen en todos los romances. En particular, en los Romances Fronterizos, sólo hay un ejemplo: “La bendición de la madre” (Rom. 3, p. 87). Lo mismo ocurre en los romances históricos y épicos, donde se encuentra una mujer pasiva, la reina u otra dama, que habla poco y no reacciona (excepciones: Rom. n. 23 y 24 , “Romance de Doña Isabel de Liar”). Otras veces la mujer sólo es la personificación de una ciudad, como Granada o Sevilla, o de la Fortuna (Rom. n.19, p. 113). Si hablan (como en la p. 32), hablan de guerra o lloran por la muerte del rey, su marido. En el Rom. n. 24, en cambio, la reina se venga y mata a la amante del Rey (p. 120).

Las figuras femeninas aparecen también en los romances épicos n. 50, 51 (quejas de doña Lambra), 55 (mujer que pide justicia al rey su padre) y 58. En los romances caballerescos, por ejemplo el n. 78, se nota la violencia sobre la mujer (infanta) y la matanza del hombre traidor. El n. 94 es el famoso “Romance de Doña Alda”.

Los romances novelescos son los que más tratan el tema del amor, entonces aparece muchas veces la mujer: una mujer muy lista (ej. Rom. 117), muy activa, que lucha por su honra (o mejor por la honra de su hombre), se suicida si es violada o también se venga y mata al hombre traidor. A veces hay romances en los que sólo habla ella, pero generalmente hay un diálogo entre dos mujeres, o una mujer y un hombre. Aparece como amante, mujer, amiga y madre. Siempre es una mujer que pertenece a la nobleza. (Rom. 95. p. 261; n. 96 p. 263). Los Rom. n. 100 y n. 114 contienen una conversación entre madre e hija, los n. 101 y 102 el diálogo entre padre e hija.

 

Nombres femeninos que se repiten: Blancaflor, Alda, Isabel

 

 



[1] El romancero viejo, ed. de M. Díaz, Madrid, Cátedra, 2000.

[2] Ibídem, p..39.

[3] Ibídem, p. 9.

[4] Ibídem, p. 28.

[5] Ibídem, p. 37