Análisis de las figuras
femeninas del Poema de mio Cid[1]
Paola D’Avella, Antonella Scarnecchia y Cinzia
Xodo
El Poema
de mio Cid es el primer monumento literario escrito en lengua castellana y
pertenece a la poesía épica, caracterizada por la oralidad, un estilo alto, un
lenguaje culto y la finalidad de entretener y de transmitir valores
universales. Estas características se pueden observar claramente en nuestro
poema, donde la acción se desarrolla alrededor del héroe, figura perfecta desde
el punto de vista social (valor y honra) y humano (el contexto familiar).
Aquí analizaremos la figura de la mujer en
el Poema. Las mujeres que desempeñan
un papel en la obra son tres:
Como todo está centrado en la figura del
Cid, las mujeres tienen una función accesoria y son funcionales a los objetivos
del protagonista y del poeta. El héroe, a través de las hijas, logra obtener
una posición económica y social mejor; el cantor se sirve de los personajes femeninos
para enaltecer la figura del protagonista.
El autor nos enseña los aspectos domésticos
y familiares de la vida del héroe para subrayar su humanidad[2].
No es casual que la acción central consista en el primer casamiento de sus
hijas, que causará la venganza del Cid y nuevas bodas más ventajosas. Estos
aspectos sirven también para crear una impresión de verosimilitud a nivel
humano, que se relaciona con el concepto de “historicidad”[3].
El poeta juega con las emociones para conmovernos y hacernos participar,
llevándonos a una identificación emocional con los personajes. Por esto, las
primeras bodas, la afrenta de Corpes, el juicio y los duelos (que casi van
formando un clímax) representan el núcleo dramático de la historia[4].
Muchas veces se cuentan los acontecimientos
a través de los ojos de doña Jimena y de sus hijas (por ej. la entrada en
Valencia). Se utiliza este artificio para subrayar momentos de gran dulzura y
poesía, delicados y sugestivos, pero también porque los ojos de las mujeres son
más sensibles y por esto todo se hace más grande, aun (y sobre todo) la figura
del Cid. Además, las tres mujeres se impresionan mucho porque ven por primera
vez una ciudad mora y, sobre todo, el mar, que para ellas tiene un valor
exótico: esto nos da la idea de la imposibilidad para las mujeres medievales de
moverse y viajar. En particular, al entrar en Valecia, los ojos tienen también
otro valor: son los primeros ojos de mujeres cristianas que los hombres de la
ciudad mora ven después de mucho tiempo[5].
Todos los gestos del Cid hacia su familia,
aun los más naturales, son enfatizados: así el hecho de que él deje toda su
ganancia a la mujer antes de irse al exilio es considerado como un gesto de
gran merced. Jimena, en este sentido, desempeña un papel muy importante, sobre
todo con su conmovedora plegaria en la iglesia antes de que el Cid se marche. En
su “Credo”, Jimena relaciona nuestro héroe con un ángel y coloca toda su
acción en un plano universal, deseado por Dios[6]
y enaltece su figura a nivel sagrado.
También doña Elvira y doña Sol son utilizadas muy bien por el
poeta, en su intención de subrayar las calidades humanas del protagonista. Las
dos hijas son obedientes y son consideradas “peones en la lucha para el poder”.
El Cid siente por ellas la ternura de un padre, pero las mueve como juguetes en
el tablero de la guerra, como cualquier señor medieval hacía con sus mujeres[7].
Y en esto el Cid no tiene ninguna actitud especial o sagrada. Esto se puede ver
muy claramente en las bodas de doña Elvira y doña Sol:
·
sobre
ambas bodas, el padre expresa dudas, no por la posible infelicidad de las
hijas, sino porque hay diferencias sociales[8]
(el Cid pertenece a los infanzones,
la categoría más baja de la nobleza);
·
la
ofensa de Corpes es considerada más como un daño económico y social del Cid que
de las hijas, a pesar de que hayan sido físicamente maltratadas y abandonada
por los maridos[9];
·
las
segundas bodas se valoran sólo por la posición social, sin considerar la
felicidad de las hijas y el fracaso de las primeras bodas[10],
que fueron decididas de la misma manera.
Los primeros maridos tratan a Elvira y a Sol como objetos, ya
que son socialmente inferiores y los maridos se sienten autorizados a
maltratarlas. No las matan, pero les dejan cicatrices como signo perpetuo de la
ignominia, como si fueran criminales[11].
El Cid no se desespera por esta ofensa, porque ve la posibilidad de venganza y
de mejores bodas[12]. El interés
económico y social está por encima de todo y las mujeres son objetos sin valor,
juguetes en las manos de una sociedad de carácter fuertemente “machista”.
En definitiva, las mujeres en el Poema de mio Cid son
prototipos femeninos típicos del Medioevo: son pasivas, raras veces tienen
voluntad propia y siempre tienen que obedecer a su señor, marido o padre que
sea. En esto, el autor refleja las costumbres de su época, representando a las
mujeres como instrumentos para describir al Cid como esposo y padre, dándole
una dimensión de amor, ternura y vida doméstica al lado de la guerrera y del
honor[13].
Por lo que se refiere al texto, la
primera presencia femenina que encontramos es una niña de nueve años, que
expresa al Cid asombro y miedo por el edicto del rey que decreta el destierro
del héroe[14]. Ella habla
de manera muy clara y directa, a pesar de su joven edad (v. 40 y ss.).
Verso 250: No se nota la presencia
física y real de la mujer y de las hijas del Cid, pero hablando de ellas, el
héroe revela su calidad moral, la protección amorosa y el cuidado hacia su
familia, pidiéndole al abad Don Sancho que las cuide
en su lugar.
Verso 261: El Cid se despide de doña
Jimena y de las hijas, las cuales lloran y quieren besarle las manos: este
gesto de respeto y de veneración será muy frecuente a lo largo de todo el
poema. Luego doña Jimena se refiere al Cid llamándolo
“Campeador” y “barba tan cumplida”: esto evidencia la actitud de respecto y
sumisión a los hombres, incluso a los maridos, por parte de las mujeres
medievales.
Verso 385: Aparecen las “dueñas” que
siempre acompañan a doña Jimena, doña Elvira y doña Sol: la mujer en el poema
nunca aparece sola y siempre va acompañada por otras (es una tipo de protección
pero también de limitación en las acciones).
Cantar segundo (Cantar de
las bodas)
Verso
1275: El Cid piensa en su mujer y en sus hijas: otra vez se subrayan las
calidades humanas del Campeador.
Verso 1372: Se habla de las hijas del
Cid y de las bodas con los infantes de Carrión, sin que ellas tengan poder de
elección sobre el asunto.
Verso 1604: La mujer es nombrada con
adjetivos como “querida” y “honrada” para exaltar el nivel social del Cid.
Verso
1746: El Cid se refiere a las mujeres que lo están esperando: el Campeador
quiere que se casen con sus vasallos (y ellas tienen que obedecer porque como
criadas le pertenecen).
Verso 2131: Se puede observar muy bien lo que realmente
representa la mujer en el poema: la figura femenina es considerada como objeto,
sin voluntad propia. Aquí, en efecto, es el rey el que decide el casamiento de
las hijas del Cid. Las bodas no tienen nada que ver con el amor; sólo hay
interés económico y social.
Cantar tercero (la ofensa
de Corpes)
Verso 2592: Por primera vez aparecen los nombres de las dos hijas del Cid:
Elvira y Sol.
Verso 2703: Robredo de Corpes. Los infantes de Carrión maltratan y
abandonan a las hijas del Cid.
Verso 3390: Segundas bodas de las hijas del Cid con los
infantes de Navarra y Aragón.
[1] Poema
de mio Cid, C. Smith (ed.), Madrid, Cátedra, 1998.
[2] Ibídem,
p. 19.
[3] Ibídem,
p. 29
[4] Ibídem, p. 31
[5] Ibídem, pp. 71-72
[6] Ibídem, p. 78
[7] Ibídem, p. 80
[8] Ibídem, p. 88
[9] Ibídem, p. 80.
[10] Ibídem.
[11] Ibídem, p. 83.
[12] Ibídem.
[13] Ibídem, p. 85-86.
[14]
Ibídem, p. 45.